
Ayer, ojeando el libro de Paul Watzlawick «El arte de amargarse la vida» que tiene una compañera en la consulta, me crucé con esta reflexión. Ahí va:
«No me aprecio a mí mismo.
No puedo apreciar a nadie que me aprecie. Sólo puedo apreciar al que no me aprecie.
Aprecio a Jack, porque no me aprecia.
Desprecio a Tom, porque no me desprecia.
Sólo una persona despreciable puede apreciar a alguien tan despreciable como yo.
No puedo querer a nadie a quien yo desprecie.
Como quiero a Jack, no puedo creer que él me quiera.
¿Cómo puede demostrármelo?»
Lo más práctico, dice Watzlawick, es enamorarse desesperadamente de una persona casada, de un cura, de una estrella de cine o de una cantante de ópera. De este modo, uno viaja lleno de esperanza sin llegar nunca. Y, además, se ahorra la desilusión de tener que comprobar que el otro a lo mejor está dispuesto a aceptar la relación, con lo que inmediatamente se convertiría en inatractivo.
Comentarios recientes